Enrique Ježik; reflexiones sobre la violencia y la resistencia.

por José Manuel Springer

 

La forma más extrema del poder es todos contra uno. La forma más extrema de la violencia es uno contra todos.

Hannah Arendt

 

Las esculturas, instalaciones y acciones registradas en videos realizadas por Enrique Ježik llevan la marca de momentos históricos de resistencia. Son metáforas de la memoria colectiva que recuerdan situaciones donde se tocó fondo o se marcó un punto histórico de quiebre.

A diferencia de los monumentos públicos, que conmemoran algo atemporal para desarticular la historia y paradójicamente fomentar el olvido, los de Ježik son cenotafios, sitios donde las víctimas no están presentes, lugares que apuntan a una ausencia y la imperiosa necesidad de recuperar la memoria y la reflexión sobre las causas y los efectos de la violencia y el poder.

Tomemos por ejemplo la frase de Alicia Moreau, miembro de la oposición socialista argentina de los años 20 del siglo pasado, que dice: “Dispersas las fuerzas se debilitan”. Ježik la escoge porque dicha frase habla de una pérdida del poder de las fuerzas vivas, que desorganizadas y atomizadas se diluyen y ceden su papel en la Historia.

La obra de Ježik resulta tan vital como una piedra que nos pega en la cabeza. Nos señala este momento, el hoy que estamos viviendo. No se cuelga de la nostalgia heroica del monumento a los hombres y los valores pretéritos; nos lleva a mirar a los lados, a lo que pasa en nuestro entorno.

La falta de conciencia de nuestro papel en la historia provoca una dispersión que nos derrota. No encuentro mejor explicación ante los hechos que marcan esta época: asesinatos en masa, desparecidos, impunidad de los responsables, connivencia de las autoridades.

Para lograr su objetivo metafórico el artista recurre a las palabras y la acción. Usa materias primas y herramientas manuales frecuentes en la construcción, mientras que sus acciones se dan por medio del manejo de dispositivos mecánicos: sierras, excavadoras. Con estos corta, recorta, fisura, amarra, construye y destruye. Elimina lo accesorio para revelarnos el drama de la violencia a través de las formas.

La obra de Enrique Ježik devela y vela el trasfondo de la historia, crea contextos para interpretar los hechos, para ampliar el significado de las palabras y ofrecer múltiples lecturas de la realidad.

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La historia se repite, no de la misma manera, en ciclos. La duración de cada ciclo de crisis depende de varios factores: los avances tecno-científicos, las contradicciones dialécticas entre los grupos sociales, el flujo de la desinformación y el sedentarismo de la comunicación.

Tres décadas atrás las relaciones entre el trabajo y el capital estaban gobernadas por la política económica marcada por los sistemas ideológicos: el capitalismo, el socialismo, el comunismo. Hoy la política económica está dada por los sistemas financieros: los intereses bancarios, el costo futuro de las materias primas, la especulación con divisas.

Cada vez más la historia se escribe desde las oficinas de los corporativos multinacionales. Esa oligarquía sigue llevando la batuta y dirige los destinos de las fuerzas sociales, del trabajo, de la educación, los destinos de las nuevas generaciones.

Por su parte, la sociedad ofrece una resistencia intermitente, la suficiente para que los sistemas monetaristas se ajusten, para permitir que los gobiernos den un giro errático de unos cuantos grados hacia el centro o hacia la derecha política. Pero son pocos los cambios que concentran las acciones liberadoras. Retroceder es una opción para seguir sobreviviendo.

La historia avanza de manera bastante uniforme en todo el mundo, fue así en la era colonial, se acendró con la era industrial, y continúa su movimiento expansivo en la era global.

Hace 25 años, cuando Enrique Ježik emigró a México, la organización de masas ocupaba un lugar en el centro histórico, en el zócalo o las avenidas principales. Parecía que las masas se organizaban para dar la batalla desde la organización política gremial. Las experiencias represivas de los gobiernos militaristas latinoamericanos fueron cediendo ante una incipiente democracia, más partidista y menos participativa. No obstante, la corporativización de la política iba de la mano de la profesionalización del control ejercida desde los medios de comunicación propiedad de grupos oligárquicos.

Con el avance de la tecnología, el espacio público dejó de ser un lugar físico, se trasladó a espacios intangibles e inaccesibles para los grupos sociales laborales y marginales. Quien domina la tecnología ejerce el poder. Las tecnologías de comunicación fueron responsables de la dispersión social y de constricción de la defensa de la identidad a los ámbitos personales. Las mal llamadas redes sociales ocasionan una atomización de la protesta que la reduce al raiting y la estadística.

Reducidas a un albedrío controlado, las fuerzas sociales votan en referendos, escogen opciones bipolares, optan por alternativas cerradas. Las negociaciones entre el poder y sus gobernados se reducen a acuerdos coyunturales que duran hasta la víspera de su puesta en marcha.

Las doctrinas social-demócratas se han convertido en base moral para reprimir a los migrantes, a las minorías, con el fin de establecer parcelas económicas con fronteras que dividen a la sociedad en guetos separados por preferencia sexual, por su acceso a la tecnología, o por su desposesión de valores comunitarios. Para cerrar el círculo del poder, la propiedad de los recursos básicos se privatiza, la educación se transforma en adiestramiento, y la búsqueda de la satisfacción personal se mide en términos de éxito y aprobación mediáticos.

Ante el actual estado de las cosas, el arte en general ha ido cediendo terreno ante opciones como el espectáculo y entretenimiento. La disrupción de la vida productiva (actualmente el trabajo remunerativo de 40 horas semanales es cada vez más una rareza, se trabaja siete días a la semana para sobrevivir) ha llevado a una absurda mezcla de trabajo y distracción simultánea, para ello existen los dispositivos “inteligentes” de bajo costo, que acaparan el poco tiempo libre disponible.

La estrategia de artistas como Enrique Ježik ha sido la relectura de los contenidos mediáticos, y un nomadismo estético que conecta con varios puntos conflictivos del mundo, a fin de mostrar formas de convertir la violencia estructural en puntos de reflexión, ahí donde la conciencia sobre el lugar y los hechos produzcan una memoria. Es necesario activar las conexiones sociales, provocar algo que nos una en un ejercicio de toma de conciencia colectiva, del que todos estamos sedientos.

Mientras los avances tecnológicos implantados han hecho de la vida social una taxidermia, una forma de petrificación de la conciencia y del flujo vital, el arte de Ježik está dispuesto para contraponerse a las fuerzas que reclaman el sedentarismo de una vida “segura” por el de un nomadismo en busca de fronteras-límite (muros, bardas, cristalerías y rejas de contención), para mostrar que todo sistema autoritario provoca el miedo como forma de control, pero también da origen a mecanismos de resiliencia.

El arte de Ježik no intenta hacer una crítica a la violencia represiva, en el sentido de las obras de arte modernista. La instalación y video Aguante (2013), constituye una metáfora de la unión de los individuos frente al ejercicio abrupto del poder, en el choque de la maquinaria contra la materia endeble se produce un testimonio de las maneras en que la violencia del Estado ejerce una impronta de terror sobre la población que resiste el embate.

La tensión sobre fronteras y territorios que debido a conflictos regionales produce zonas de enfrentamiento se refleja en Líneas de división (2011). Esta obra parte de la representación cartográfica de las fronteras entre Colombia y Venezuela; Corea del Sur y Corea del Norte; Pakistán y Afganistán; Franja de Gaza e Israel; Estados Unidos y México -que son focos de tensión del mundo donde podría desatarse un conflicto armado de proporciones incontrolables- y sobre la cual Enrique Ježik realiza cortes profundos en la madera usando una sierra de cadena, para trazar la violencia estructural que se localiza en zonas fronterizas con diferendos económicos, religiosos e idiosincráticos. Las escisiones en la madera y los monitores de video reproducen mapas fragmentados por la violencia.

Resulta palpable que la violencia se extiende no sólo entre culturas distintas o sistemas económicos opuestos, también existen brotes de agresión entre individuos consecuencia de la forma en la que asumen su identidad, su posición ante lo diferente, o su identificación con causas “útiles”. Dice Hannah Arendt: “El mal no es nunca radical, solo es extremo, y carece de toda profundidad y de cualquier dimensión demoníaca. Puede crecer desmesuradamente y reducir a todo el mundo a escombros precisamente porque se extiende como un hongo por la superficie. Eso es la banalidad del mal. Sólo el bien tiene profundidad y puede ser radical”.

Esa banalidad es la que refiere Enrique Ježik en la obra En defensa propia (1996), un objeto que presenta una estructura de alambre de púas y, dentro de una vitrina, restos óseos humanos. La manera en que la psicosis de persecución va a provocar la aparición de mecanismos y dispositivos de agresión, como los grupos justicieros, o las milicias, que toman la justicia en sus manos para eliminar, disminuir, amedrentar, y sacrificar públicamente a los que consideran sus enemigos más visibles, los condenados por el prejuicio, la autocorrección y la indiferencia ante la dignidad humana.

Los migrantes, los perseguidos, los prisioneros de conciencia, o las personas que piensan o viven de manera diferente, son convertidos en chivos expiatorios de causas obscuras que reclaman la justeza de sus reivindicaciones raciales, de sus credos políticos fundamentalistas.

El obscuro mundo de la agresión y del poder absoluto por un lado, y por el otro la obstinación de enfrentar desde el pensamiento y la acción esas acciones y procederes injustos constituyen el meollo de la materia artística y los dispositivos reflexivos que crea Enrique Ježik. Su capacidad para hacer de lado el sensacionalismo mediático y ofrecernos una posibilidad de reflexión sobre el origen de la injusticia ofrece la posibilidad de encontrar caminos de solución a ese lado oscuro de la especie humana.